viernes, 22 de octubre de 2010

Los niños son más agresivos entre el primer y el cuarto año de vida

¿Es la violencia un componente intrínseco de la esencia humana? Los estudios neurobiológicos han avanzado de manera significativa en los últimos años para tratar de dar una respuesta a esta pregunta, centrándose en la genética y su interacción con los factores ambientales como componentes esenciales -variables necesarias pero no suficientes- en el desencadenamiento de los comportamientos agresivos o antisociales.



Los cuidados maternos modulan la expresión futura de los genes

Una de las investigaciones más sorprendentes en este sentido es la realizada por Richard Tremblay, de la Universidad de Montreal (Canadá). Las conclusiones señalan que el mayor índice de agresividad en los niños se da, en contra de la creencia general, entre el primer y el cuarto año de vida (y no en la adolescencia), antes de estar expuestos al ambiente familiar y a factores como la violencia televisiva.

Tremblay encontró que a los 17 meses de edad más de la mitad de las variaciones en las respuestas agresivas de los niños estaban directamente relacionadas con factores genéticos. Sin embargo, la violencia desciende a medida que los niños crecen, su cerebro madura y aprenden a controlar su comportamiento.

"Nuestros estudios demuestran que los niños no aprenden a agredir físicamente, sino que deben aprender a no hacerlo. Es fundamental que a los niños se les enseñe, durante los primeros años de vida, a reprimir los comportamientos violentos", afirma Tremblay. Los años de preescolar se convertirían así en la etapa clave a estudiar para entender la aparición y posterior desarrollo de comportamientos violentos en el ser humano.

Todos los niños de 18 meses que han seguido un desarrollo normal agreden físicamente; sin embargo, no todos lo hacen con la misma frecuencia o la misma fuerza. La cuestión que se plantea entonces es hasta qué punto las diferencias en las respuestas individuales se deben a factores genéticos o al ambiente en el que los niños han crecido.

De esta forma Tremblay inicia el estudio de las relaciones entre factores ambientales y genética, o más concretamente, estudia la epigenética. La epigenética es la rama de la biología molecular que estudia modificaciones del ADN que no afectan a su secuencia pero que modulan la expresión de los genes. Tremblay tomó como base los estudios realizados por Michael Meaney en los que por primera vez se demostró la relación directa entre los cuidados maternos y los cambios en la programación epigenética de las ratas. Así, las crías de las ratas que recibieron mayor atención y cuidado maternos durante la primera semana de vida resultaban menos temerosas y mostraban respuestas más moderadas en el eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal, que regula la respuesta a estrés, que aquellas que no habían recibido cariño.

Los resultados muestran el poder de la epigenética para modular la expresión génica en función de unos determinados factores ambientales.

La dicotomía genes o ambiente se disuelve la primera vez que alguien demuestra que en realidad la violencia ni se aprende ni se hereda, sino que, más bien, es una combinación de los dos. Los profesores Terrie Moffit y Avashom Caspi, del Instituto de Psiquiatría del King's College de Londres, fueron los primeros en demostrar la relación directa entre el ambiente y un gen, el de la enzima MAOA (monoamina oxidasa), al estudiar desde su infancia a su madurez una población de chicos sometidos a diferentes grados de maltrato. Extrañamente algunos de ellos desarrollaban comportamientos antisociales y otros no.

Los estudios genéticos demostraron una relación directa entre una versión poco funcional del gen de la MAOA y comportamientos agresivos en niños que habían sido severamente maltratados. Un déficit crónico del nivel normal de MAOA provoca una alteración de los niveles de algunos neurotransmisores y puede producir una hiperactividad cerebral hacia cualquier amenaza o estímulo estresante.

El gen de la MAOA se sitúa en el cromosoma X, por lo que los hombres sólo tienen una copia del gen. Si la copia que reciben es de baja actividad no hay otra para compensarla, como puede ocurrir en el caso de las mujeres, que tienen dos copias del gen. Sin embargo hay otros factores que podrían explicar la menor frecuencia de comportamientos agresivos determinados genéticamente en la mujer.
Los genes y el ambiente

David Gallardo-Pujol y Antonio Andrés Pueyo, de la Unidad de Estudios Avanzados en Violencia de la Universidad de Barcelona, se dedican en nuestro país a llevar a la práctica las teorías expuestas por Caspi y Moffit hace ahora cinco años. Evalúan distintos componentes de la respuesta agresiva en situaciones de laboratorio que sirven para producir respuestas agresivas análogas a las que acontecen en condiciones naturales. En ellas valoran también aspectos de personalidad como la hostilidad o la agresividad y respuestas emocionales como la ira.

"Nuestro estudio pretende establecer la influencia de los genes y el ambiente de forma causal en el comportamiento violento en humanos", explica Gallardo-Pujol. La pregunta es si podemos prevenirlo. Según Andrés Pueyo: "En la actualidad estamos muy lejos de poder aplicar una terapia farmacológica específica para los comportamientos violentos. En el futuro es posible que la farmacogenómica desarrolle tratamientos más personalizados (como en el caso del cáncer). Pero no debemos olvidar que también se puede intervenir en el entorno ambiental donde los niños crecen y adquieren sus habilidades y competencias".

En cuanto al peligro de caer en el determinismo, ambos especialistas coinciden: "Un resultado paradójico de los estudios de las relaciones entre los genes y el ambiente, que son ambos factores deterministas, es que han descubierto la relevancia del papel activo del individuo en la formación de su personalidad y su comportamiento".

viernes, 8 de octubre de 2010

El CEREBRO COMPLEMENTA


El CEREBRO COMPLEMENTA

CONSIGUES LEER LAS PRIMERAS PALABRAS, EL CEREBRO DESCIFRARA LAS OTRAS.     C13R70
D14
D3
V3R4N0
3574B4
3N
L4
PL4Y4
0853RV4ND0
A D05 CH1C45
8R1NC4ND0 3N 14 4R3N4,
357484N 7R484J484ND0 MUCH0
C0N57RUY3ND0 UN C4571LL0
D3 4R3N4 C0N 70RR35,
P454D1Z05 0CUL705 Y PU3N735.
CU4ND0 357484N 4C484ND0
V1N0 UN4 0L4 D357RUY3ND0
70D0 R3DUC13ND0 3L C4571LL0
4 UN M0N70N D3 4R3N4 Y 35PUM4.
P3N53 9U3 D35PU35 DE 74N70 35FU3RZ0 L45 CH1C45 C0M3NZ4R14N 4 L10R4R, P3R0 3N V3Z D3 350, C0RR13R0N P0R L4 P14Y4 R13ND0 Y JU64ND0 Y C0M3NZ4R0N 4 C0N57RU1R 07R0 C4571LL0; C0MPR3ND1 9U3 H4814 4PR3ND1D0 UN4 6R4N L3CC10N; 64574M05 MUCH0 713MP0 D3 NU357R4 V1D4 C0N57RUY3ND0 4L6UN4 C054 P3R0 CU4ND0 M45 74RD3 UN4 0L4 LL1364 4 D357RU1R 70D0, S010 P3RM4N3C3 L4 4M1574D, 3L 4M0R Y 3L C4R1Ñ0, Y L45 M4N05 D3 49U3LL05 9U3 50N C4P4C35 D3 H4C3RN05 50NRR31R.

El efecto de golpes-traumas y alteraciones del lóbulo frontal

El efecto de golpes-traumas y alteraciones del lóbulo frontal


Alan Rosembaum (7) realizó un estudio en los que descubre que los traumas cerebrales anteceden cambios de conducta predisponiendo hacia un incremento en violencia. Muchas de estas lesiones fueron adquiridas en la infancia tanto bajo juegos como en accidentes o producto de maltrato infantil. Su estudio fue realizado con 53 hombres que golpeaban a sus esposas, 45 hombres no-violentos y felizmente casados, y 32 hombres no-violentos pero infelizmente casados. 50% de los agresores habían sufrido alguna  lesión en la cabeza previa a sus patrones de violencia doméstica.

De otra parte, Antonio Damasio (8) sugiere que daños al lóbulo frontal a nivel de la corteza cerebral puede evitar que la persona pueda formarse evaluaciones de valor positivo o negativo al crear imágenes y representaciones sobre los resultados, repercusiones y consecuencias futuras de acciones al presente creando las bases de ciertas conductas sociopáticas. Estudios de Antoine Bechara (9) confirman la correlación entre lesiones de la corteza en el lóbulo frontal y conductas peligrosas tales como "hacer daño solo por divertirse".

Estudios con PET (tomografía de emisiones positrónicas; mide el insumo de glucosa al cerebro) realizados por Adrian Raine (10) demuestran que niveles bajo de glucosa a la corteza pre-frontal son frecuentes en los asesinos (sus estudios son preliminares; la muestra fue de 22 asesinos confesos con 22 no-asesinos de control) Bajos niveles de glucosa están asociados con perdida de auto-control, impulsividad, falta de tacto, incapacidad de modificar o inhibir conducta, pobre juicio social. Los autores de este estudio plantean que esta condición orgánica debe interactuar con condiciones negativas del ambiente para que la persona entonces cree un estilo de vida y personalidad delincuente y violenta de forma más o menos permanente.




Efectos Nutricionales


Katherine y Kenneth Rowe (12) estudiaron grupos de niños diagnosticados con hiperactividad. Los padres les daban alimentos con colorantes como parte de sus dietas regulares. El estudio consistió en una dieta con el colorante Amarillo #5 y placebos para el grupo control. El reporte de los padres y observadores fue que se manifestó un incremento en conductas de llanto frecuente, rabietas, irritabilidad, inquietud, dificultad de conciliar el sueño, pérdida de control, y expresiones de infelicidad. Muchas de estas conductas son precisamente las que les crean problemas de ajuste escolar limitando su aprendizaje e integración a las reglas del salón de clases.


Trastornos hormonales


Ante el hecho obvio de que el hombre tiende a mostrarse más agresivo que las mujeres, las hormonas masculinas - la testosterona- ha sido objeto de estudio en la conducta violenta. James Dabbs (13) estudió 4,4462 sujetos masculinos encontrando una alta incidencia y correlación entre delincuencia, abuso de drogas tendencias hacia los excesos y riesgos en aquellos que tenían niveles más altos de lo normal y aceptable en la testosterona. En las cárceles encontró que aquellos convictos de crímenes más violentos fueron los que más altos niveles de testosterona reportaron. También encontró en los estudios de saliva de 692 convictos por crímenes sexuales que estos tenían el nivel más alto entre todos.


Alteraciones en conducta por hiperactividad orgánica


Rachel Gittelman (14) sostiene que varones hiperactivos muestran una tendencia alta de riesgo a entrar en conducta antisocial en la adolescencia. Esta tendencia es cuatro veces mayor a la de jóvenes que no son hiperactivos, y parecen tener historiales de más incidentes de arrestos, robos en la escuela, expulsión, felonías, etc. 25% de los participantes en el estudio habían sido institucionalizados por conducta antisocial.